sábado, 29 de enero de 2011

La huída

Notaba como las casas me observaban a través de sus ventanas, clavaban sus miradas en mi nuca. No podía pasar desapercibida ni un solo momento.
Mis botas marrones chapoteaban en una mezcla de barro y asfalto. Todo era un árido y congelado mar de incertidumbre.
No sabía dónde esconderme de todas aquellas críticas, de las palabras y susurros incisivos de todos.
Me seguían persiguiendo, nunca pararían. Ya había intentado huir otras veces. Siempre sin éxito.
Caminaba velozmente por las calles. Doblaba las esquinas una tras otras, evitando cruzarme con cualquiera.
No podía soportarles más. Habían arruinado mi vida y no parecían complacidos.
Calle. Calle. Charco. Alcantarilla. Árbol. Rama. Hoja. Charco. Reflejo. Barro. Plaza. Calle. Esquina. Calle. Calle. Esquina.
Empezaba a ser enfermizo, incluso mareante. Noté como el frío y húmedo suelo crujía mis huesos.
Tendida boca arriba comprendí que había tocado fondo. No trataba de resultar resbaladiza para los demás, sino para mi misma.

Era yo mi propio cazador, mi propia sombra. Mi juez, la víctima.



Glo.

domingo, 9 de enero de 2011

La última despedida.

Sentí como todo sentimiento me abandonaba.
Estaba todo vacío, sin vida.
Sin rastro presente de que la hubiera habido.

No habría más relojes dictando la hora.
El tiempo se había parado.
Ya no quedaba nada en este mundo.
Nada que pudiera retenerme.

Se había terminado.
Esto, como tantas otras cosas.

Quedó suspendido un suspiro entre las hojas.
Una despedida.

Un abrazo.
Gesto, que nunca sería olvidado.


Glo.