viernes, 3 de junio de 2011

Adrenalina

Noté todos los músculos tensos, las manos agarrotadas y los pies inertes. Sin embargo, la sangre palpitaba con gran frecuencia en todos mis miembros.
Si decidía darme por vencida caería. Nunca más podría volver a ver las caras amigas o la luz de la mañana.
Continué a pesar del dolor que sentía. No pude averiguar en ese momento si era físico o mental, o un simple recuerdo del daño que ya estaba hecho.
Moví la pierna derecha hacia arriba realizando un gran esfuerzo. Y conseguí ascender el muro realizando una acción tras otra.
Alcancé la llanura desde la que se divisaba todo el camino realizado durante años. Cada vez un poco más alta era la meta.
El trabajo y el dolor habían merecido la pena para llegar donde hoy me encuentro.
Es difícil no hacerse daño, arañarse o fracturarse huesos por elegir los caminos menos convenientes. Pero si no los hubiese descubierto, tal vez no sería la que soy hoy. Las heridas no curan todas a la misma velocidad, incluso hay algunas que siempre asoman su sombra en momentos inesperados. Son nuestros miedos a caernos, ese temor a no poder volver a escalar. La congoja potenciada por unos compañeros descuidados y traicioneros, que tiempo atrás no supieron apreciar la sincera compañía. Y que ahora solo son recuerdos, manchas borrosas que a veces se aparecen con asombrosa claridad y presteza.
Pero ésta no es la etapa final, quiero ascender por ésta vertiginosa montaña escarpada. Sola o acompañada de los que quieran hacer conmigo el camino hacia la inalcanzable cima.


Glo.

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