martes, 2 de noviembre de 2010

Un minuto tarde.

No es cierto aquello de "nunca es tarde". Lo supe una noche de verano, cuando un denso aire flotaba en la habitación. Leí con dificultad las palabras fijas en la pantalla:

"No debí hacerlo, lo siento, ya sabes que más vale tarde de que nunca"

Sabía que era mejor no haber sabido más de su existencia, que todo se quedara en un recuerdo, un pasado que pocas veces volvería a revivir. Unas palabras de disculpa que solo causaban más dolor y se clavaban como cien agujas lo largo de todo mi cuerpo.

Ya era tarde. Tarde para volver a recordar toda esa desconfianza, tarde para borrar el último minuto de lo sucedido. Tarde para sus insulsas disculpas de niño arrepentido. Tarde, incluso, para perdonar. Aunque al final, ya no quedaba rencor, se quedó reducido a un sonido sordo y se acaba olvidando el motivo de tanta rabia e impotencia.

Ahora me dispongo a recordar, a saber que a veces es tarde, para una disculpa, una cena, una visita, una llamada o un simple gesto de cariño.

Hace poco arendí que el tiempo escapa. No deja que le sigan, pero no dejaré escapar ninguna de las cosas que quiero por miedo a perderlas en los minutos que sigan. Seré lo suficientemente valiente para dar un salto, y coger esas esacasas oportunidades al vuelo.


No quiero volver a quedar en segunda posición con los minutos de mi reloj. Esta vez ganaré, estoy segura.



Glo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Acabo de descubrir tu blog y ya me encanta :O Y si, aveces es demasiado tarde para algunas cosas. Te sigo! :)